Tienes
urgencia y una lista de tareas en la mente, y alguien se te acerca y quiere
charlar. Puede ser una interrupción irritante - o la oportunidad de cambiar de
marcha por un momento, realmente conectar y luego seguir adelante.
El camino que
tomes puede tener importantes implicaciones.
Ya que estamos
en el modo de " deber " nos centramos en conseguir realizar las
tareas y hacer caso omiso de las personas que nos rodean. Eso puede ser
productivo en el corto plazo, pero si usted es este tipo de líder rígido no
podrá conectarse con ellos. Sólo mediante la conexión que puede guiar,
inspirar, escuchar, comunicar, motivar o influenciar.
Los líderes
perfeccionistas se fijan en los defectos de su gente, sólo dan malas calificaciones,
nunca elogian el buen desempeño. La investigación sobre los estilos de
liderazgo perfeccionistas concluye que tienen un impacto negativo en el estado
y el rendimiento emocional a sus subordinados directos.
La buena
noticia: los modos pueden cambiar. Los entrenadores pueden ayudar a guiar este
cambio, y los líderes que están muy motivados para mejorar lo pueden hacer por
su cuenta.
En su libro
Mind Whispering, sedetalla los pasos de
lo que Tara Bennett Goleman llama " cambio de hábito consciente” Un nuevo
mapa para la Libertad de hábitos emocionales autodestructivos.
Pocas cosas deben ser tan angustiantes y enfurecedoras para un
padre, como ver que su hijo es maltratado por otros niños. ¿Qué hacer
ante esto? La clave está en reforzar la autoestima del niño y dotarlo de
herramientas contra los abusos.
“¡Córrete cuatro ojos!”, “¡Tú no puedes jugar!”, “¡Eres niñita!”.
Mateo, de 7 años, se ve sometido recurrentemente a este tipo de burlas.
Es un niño tímido y ante los insultos se ve muy afectado y no sabe cómo
actuar, permitiendo que lo pasen a llevar y poniéndose a llorar,
generalmente. Sus padres se dieron cuenta que no tenía ganas de ir al
colegio, y conversando con él, les contó que sus algunos compañeros lo
molestaban por usar anteojos, porque es malo para el fútbol y no lo
dejan jugar. Ellos, muy tristes y preocupados, deciden tomar cartas en
el asunto. ¿Cómo ayudar a su hijo cuando lo molestan?
Lo primero y lo más importante, es mostrarle al niño que no está solo y brindarle contención.
Dejarle en claro que quienes lo molestan son los que están cometiendo
un error y que él no tiene de nada que sentirse mal o avergonzarse. Que
él es querido o valioso tal cual es y nadie puede decirle o hacerle
sentir lo contrario.
En segundo lugar, los padres deben entender que este tipo de situaciones deben ser abordadas no solo desde la casa, sino que desde el colegio. Por eso, es necesario involucrar al profesor del niño, para que se haga una intervención del tema como curso.
Y en tercer lugar, pero no menos importante, además de remendar la situación puntual del bullying, es necesario ir a la raíz de la situación y tratar de descubrir por qué al niño lo están molestando y de dónde viene su dificultad para defenderse.
Por lo general, los agresores eligen a sus vícitmas porque no pueden defenderse y los ven más débiles y vulnerables. Si a un niño lo molestan, y a éste le es indiferente o responde, es probable que no lo vuelvan a molestar. Mientras que si a un niño le afecta, el agresor logrará su objetivo y seguirá siendo su víctima. Éste busca la reacción del agredido.
Es
por eso que es muy importante indagar cuáles son los motivos por los
cuales nuestro hijo es pasado a llevar, para así poder ayudarlo e
intervenir en lo que está de base. Esto puede ser por diversas razones,
desde falta de autoestima, poca habilidad para relacionarse, hasta
alguna inmadurez de desarrollo que no le permite defenderse. Si somos
capaces de descubrir la raíz de la situación y brindarle apoyo para superarlo, le entregaremos herramientas que lo ayudarán para toda su vida a evitar ser víctima de maltrato.
Pero además de buscar resolver el problema de raíz, hay que entregar a los hijos herramientas que
le ayuden a enfrentar de la mejor manera posible alguna situación de
abuso. No basta con decirle “pégale”,”acúsalo” o “ignóralo” si lo
molestan. Debemos enseñarle estrategias para enfrentar conflictos, porque de esa manera podrá manejar cualquier situación. El problema entre una víctima y su victimario es una dinámica incorrecta de comunicacióny
tiene que ver con las habilidades sociales y la manera de relacionarse
de las personas. Ante todo evento en la vida, las personas se relacionan
entre sí de diferentes formas, en una línea donde en un extremo está la agresividad y en el otro la pasividad. El equilibrio es la asertividad,
el centro entre ambos, y enseñarles a nuestros hijos técnicas de
asertividad puede ser una herramienta muy útil para que no los pasen a
llevar.
Así también es muy importante enseñar a nuestros hijos a
defenderse, a decir lo que sienten y lo que piensan sin temor, a
sentirse seguros de sí mismos y no permitir ningún tipo de burla o
menosprecio hacia ellos. Y defenderse no quiere decir pegar de vuelta o
devolver la agresión necesariamente, sino que pasa por la actitud de seguridad del niño y saber cómo actuar ante determinadas situaciones.
¿Qué estrategias podemos enseñarles?
No existe un recetario que nos diga cómo actuar ante determinada
situación. Esto dependerá de la personalidad de cada niño y de la
situación a la que se enfrente. Pero sí podemos enseñarles algunas
estrategias generales para que ellos cuenten con herramietnas para
enfrentar el maltraro:
- Mostrar seguridad en sí mismos.
Hacer comprender a los hijos que nada de lo que les digan tiene
importancia, porque ellos son valiosos y queridos tal cual son. Así, si
les dicen alguna pesadez, como “Cuatro ojos”, sabrán que no tiene
sentido, que es cierto que usa anteojos, pero no pierde su encanto por
eso y no hay nada de malo en usarlos. Se puede ensayar frases con el
niño, por ejemplo, si le dicen “Eres tonto” que se diga a sí mismo “Sé
que soy inteligente”.
- Decir lo que sienten y no tener miedo a expresarse.
Así, ante algua pesadez, pueden responder con voz fuerte y clara, “No
me gusta que me digas eso, me molesta”. Esto se puede practicar con el
niño, diciendo frases cortas y directas.
- Poner límites y hacerse respetar.
Por ejemplo, si le quitan algo que está usando, en vez de permitirlo,
decir tranquila pero firmemente, evitando que se note que siente miedo
“Yo lo estoy usando, devuélvemelo. Cuando termine te lo paso”.
- Solucionar conflictos.
Por ejemplo, si no quieren prestarle el columpio en la plaza, en vez de
ponerse a llorar, decirle al niño que deben hacer turnos. Así lo verán
menos vulnerable.
- Evitar a los niños molestosos.
- Acercarse a otros niños de manera confiada, sin agresividad ni pasividad.
- Controlar sus emociones.
El objetivo del acosador es que su víctima se sienta mal, por lo que no
hay que darle en el gusto. Después del momento desagradable, podrá
contar lo que sintió a alguien de su confianza. Por ejemplo, puede
enseñar al niño a contar hasta diez y contener el enojo o las lágrimas
hasta que haya pasado el peligro.
- Ignorar. En
algunas situaciones valdrá la pena hacer “oídos sordos” de manera que el
agresor no logre su objetivo. Por ejemplo, si va por el patio y le
gritan “Guatón” no sentirse aludido y pasar de largo, sin mirarlo.
- "Dar vuelta la tortilla".
El agresor espera que su víctima se sienta mal. Si el niño logra
descolocarlo, ya sea respondiéndole con una ironía o convirtiendo el
insulto en un chiste, su pesadez no tendrá efecto y se dará cuenta que
no tiene sentido molestarlo, además que lo desautorizará frente al
resto. Por ejemplo, si un niño le dice “Pailón”, que le responda, “Sí,
tengo mucha suerte porque puedo escuchar mejor la música”.
- Hablar con un adulto y pedir ayuda si de verdad lo necesita.
Eso no es "ser acusete", sino que es buscar protección. Por ejemplo, si
el niño que molesta es uno más grande, la víctima puede que no cuente
con los recursos para defenderse.
- Correr si es necesario y buscar protección en otra persona. Escapar de una situación no es cobradía, habrá oportunidades en que será mejor no enfrentar la situación.
- Defensa física si es necesario. A
pesar de que usar la violencia no es lo ideal y debe ser el último
recurso, hay que explicarle al niño, que en ciertas ocaciones, cuando
vea que no hay otra alternativa, debe saber protegerse y usar la defensa
física. Esto cuando el niño es víctima de maltrato físico y lo
lastimarán, no puede escapar o no hay nadie que lo pueda ayudar.
- Incentivarlo a hacer amigos.Tener buenos amigos siempre será una protección natural. Por ejemplo, puede llevar una pelota al recreo para que despierte el interés de sus otros compañeros.
Más
allá de cómo enfrentar diferentes situaciones, la herramienta más
valiosa que podemos entregar a nuestros hijos para evitar que sean
víctimas de maltrato, es fortaleciendo su autoestima, la autoconfianza y
seguridad en sí mismos.
Los
chiquitos de 2 años muestran su enojo pegando, pateando, gritando,
empujando, mordiendo, pellizcando: a cada rato se llenan de frustración
por las miles de cosas que no los dejamos hacer, o las que los obligamos
a realizar, o las que no pueden (porque no tienen fuerza o habilidad
para lograrlas).
Carecen de la riqueza de vocabulario y de la capacidad
de hablar de lo que les ocurre, y por eso se expresan a través de su
cuerpo. Algunos pocos se retiran o se duermen ante alguna contrariedad,
pero la mayoría nos hace notar con fuerza su disgusto. A los 3 años los
chicos empiezan a hablar más y mejor, y entonces ya no pegan, muerden ni
gritan tanto, pero en cambio empiezan con los insultos: "mala",
"tonto", y otros epítetos más subidos de tono, especialmente a mamá,
pero también a papá y a otros cuidadores.
Es una forma más evolucionada
de reaccionar, todavía no pueden hablar de lo que les pasa, pero es un
gran avance en relación con la etapa anterior de reacción física
inmediata. Llamo al insulto "patada verbalizada", porque convierten su
enojo en palabras en lugar de acciones, por lo que habría que alegrarse
(aunque nos cueste, porque es muy diferente que lo que nuestros padres
hicieron en nuestra infancia), o por lo menos no enojarse tanto y no
darle demasiada trascendencia salvo que digan algo extremadamente
grosero.
A los 2 años no funciona responder a sus conductas con
fuertes retos y penitencias porque no resuelven el problema, sino que
más bien lo fijan, y lo mismo ocurre a los 3 con los insultos. Resulta
más útil y eficaz en las dos edades poner en palabras el enojo que
registramos detrás de ese golpe o insulto y entonces decirles: "Estás
enojado conmigo", o "qué rabia tener que dejar de jugar para ir a
bañarte", o "¿justo ahora hay que apagar la tele?" y nada más. Si no
logra calmarse con nuestra puesta en palabras de lo que le pasa,
repetimos la frase: "Estás enojado" y agregamos: "Pero a mamá no se le
habla así", y si aún así sigue sin detenerse, pasaremos a anunciar una
consecuencia corta, cumplible, relacionada con su enojo, activa,
reparadora: "Si volvés a hablarme así vas a? hacerme un dibujo,
ayudarme a cocinar, salir de la cocina (un ratito corto)".
Recién
a los 4 pueden hablar más articuladamente de lo que les pasa ("yo
quería saludar primero a papá") y ya no empujan al hermanito que llegó
primero ni le dicen "¡tonto!" a los gritos porque le ganó.
Nuestros
hijos chiquitos se enojan muchas veces por día con nosotros, nos ven
malos y también nos adoran, nos celan, nos quieren exclusivamente para
ellos, quieren hacer siempre lo que quieren, todo eso junto y también
separado.
Y
saben que cuando se portan mal los adultos vamos a toda velocidad hacia
donde ellos están, cosa que lamentablemente solemos no hacer cuando nos
llaman para mostrarnos un dibujo o la prueba genial que se les acaba de
ocurrir; saben que sus acciones o sus insultos garantizan atención y
presencia inmediata, y es tan eficaz que no dejan de hacerlo.
Todos
tenemos buenos y malos deseos y pensamientos, y al crecer y madurar
vamos eligiendo "portarnos" bien. Lo importante es que nuestro hijito no
se sienta malo por decirle mala a su mamá o por empujarla; los padres
tenemos que aprender a sobrevivir sin daño, sin ofensas, venganzas o
culpabilizaciones a esos "ataques", porque así los mismos chicos se
sienten menos malos y, lo que es muy importante, aprenden a separar
pensamientos, sentimientos y deseos de acciones y palabras. No
es casual que los malos de los cuentos tradicionales existan desde hace
muchos años y perduren; tranquilizan a los chicos de que ellos no son
los únicos que sienten esas cosas, aunque también les encanta saber que
los buenos ganan.
Daniel Goleman defiende que en la empresa, cuando hablamos de
autocontrol emocional no estamos abogando, en modo alguno, por la
negación o represión de nuestros verdaderos sentimientos.
El "mal"
humor, por ejemplo, también tiene su utilidad; el enojo, la melancolía y
el miedo pueden llegar a ser fuentes de creatividad, energía y
comunicación; el enfado puede constituir una intensa fuente de
motivación, especialmente cuando surge de la necesidad de reparar una
injusticia o un abuso; el hecho de compartir la tristeza puede hacer que
las personas se sientan más unidas y la urgencia nacida de la ansiedad
—siempre que no llegue a atribularnos— puede alentar la creatividad.
También hay que decir que el autocontrol emocional no es lo mismo que el
exceso de control, es decir, la extinción de todo sentimiento
espontáneo que, obviamente, tiene un costo físico y mental. La gente que
sofoca sus sentimientos —especialmente cuando son muy negativos— eleva
su ritmo cardíaco, un síntoma inequívoco de hipertensión. Y cuando esta
represión emocion
al adquiere carácter crónico, puede llegar a bloquear
el funcionamiento del pensamiento, alterar las funciones intelectuales y
obstaculizar la interacción equilibrada con nuestros semejantes. Por el
contrario, la competencia emocional implica que tenemos la posibilidad
de elegir cómo expresar nuestros sentimientos.
OBJETIVOS DE NUESTRAS EMOCIONES BÁSICAS:
Miedo: el objetivo es la protección y el cuidado. Afecto: el objetivo es la vinculación. Tristeza: el objetivo es el retiro. Cuando sentimos tristeza nuestro organismo nos está diciendo "retírate de ahí y vuelve a estar contigo". Enojo: el objetivo es la defensa. Alegría: su objetivo es la vivificación. Viene a ser la batería de nuestra existencia.
Siempre me
he sentido —y ahora me reprocho— una persona bastante descorporalizada,
poco dada al afecto, al contacto, al ejercicio. Pero, sea por
fascinación hacia lo extraño o por curiosidad hacia lo ineludible, en
los últimos años ciertas lecturas e inquietudes me han hecho más
sensible al movimiento corporal, propio y ajeno. Han despertado en mí
una “conciencia uncida a la carne”, como reza el magistral título de los
diarios de Susan Sontag. Un interés que no sólo proyecto sobre la
pantalla cinematográfica, hacia donde se dirigen la mayoría de mis
reflexiones escritas, sino que también detecto en la calle, en el metro,
en los bares, en las casas, cual etólogo, especialmente en lo que
respecta a las experiencias somáticas y afectivas ligadas al movimiento
corporal, y el modo en que su regulación social las condiciona. Por
ejemplo, la relación entre género, movimiento y emoción, cuestión sobre
la que arrojo tres apuntes, y el bosquejo de una conclusión.
Uno: El movimiento y la emoción son dos fenómenos
corporales vinculados. Se abrazan, se acompañan, se alimentan
mutuamente. Para empezar las emociones nos mueven, nos ponen en moción,
como su propio nombre indica. Los cambios corporales y las tendencias
de acción que desencadenan producen determinadas sensaciones
cinestésicas en los sujetos que las padecen. Sensaciones de movimiento
corporal propio, en ocasiones provocadas por una actividad ejecutada,
como apartarnos de algo que nos da asco, sea una comida putrefacta o un
gesto deleznable. En otros casos por la mera potencialidad de acción que
instauran, que experimentamos como una relación dinámica del cuerpo con
el espacio, con su magnitud, sus ritmos, sus fuerzas, su textura, y
nuestra posición, extensión y intención en él.
Estas sensaciones resultan especialmente palpables en las emociones
que preparan acciones drásticas, como el miedo o la ira, donde la
respuesta física implica unos movimientos directamente observables y
sensibles. Pero también en emociones con menor urgencia a la acción,
donde la experiencia del tono corporal se impone a la de su motricidad.
La alegría, por ejemplo, produce una sensación de expansión, elevación y
entonación corporal directamente sensible sin necesidad de que el
cuerpo que la padece se mueva explícitamente. Algo vibra enérgicamente
en el interior del gozoso, lo exhiba o no. Tanto que en ocasiones
tendemos a dar rienda suelta a dicho fulgor, ventilándolo en forma de
abrazos, saltos y los más rocambolescos bailes. Del mismo modo, la
tristeza viene acompañada por una sensación de concentración,
decaimiento y languidez corporal difíciles de ocultar, dado el afán de
nuestra postura por manifestarla. Pareciera que la gravedad se ha
marcado una victoria, y el cuerpo se percibe pesado, empequeñecido,
presionado, resultando todo movimiento un esfuerzo desmedido. Vamos, en
definitiva: a pesar de que moción y emoción son experiencias distintas,
se integran dinámicamente en una forma singular de “ser un cuerpo”.
Dos: No extraña, por lo tanto, que la situación
somatomotora afecte inversamente a los afectos. La psicóloga Amy Cuddy
defiende que sostener “posturas de poder” —gestos expansivos,
distendidos, ostentosos— durante unos minutos puede desencadenar una
reacción hormonal con consecuencias positivas sobre la confianza y la
tolerancia al riesgo. ¡Hacer para creer! Y más importante aún, los
movimientos corporales actúan sobre las emociones. No las inducen, ojo.
Una emoción es mucho más que el movimiento corporal que desencadena, o
los cambios fisiológicos que la caracterizan, digan lo que digan las
versiones más simplistas y popularizadas de la teoría somática (que
Jesse Prinz, en su magnífico Gut Reactions: A Perceptual Theory of Emotion, desbarata lúcidamente desde dentro). Pero sí las favorecen y colorean. Digamos que secundan la emoción.
De modo que, volviendo a los ejemplos anteriores, los movimientos
expansivos, elongados, vitales propician e intensifican la alegría. La
explayan. A la vez que pueden desbaratar la pena, contrarrestando la
experiencia que desencadena. Y los movimientos concentrados, encogidos,
fatigosos agudizan la tristeza, y boicotean el júbilo. En resumidas
cuentas: existen formas de afinar las experiencias afectivas actuando
directamente sobre el cuerpo, estableciendo desde la voluntad
movilidades sensacionalmente productivas. Free your ass and your mind will follow.
Tres: El panorama expuesto resulta especialmente revelador a la hora de entender los vínculos entre el habitus
corporal, lo somático y lo afectivo. Entre los modos aprendidos de
movernos –actuar, circular, estar– y el universo de sensaciones por el
que nos movemos. Porque la conducta individual se esculpe en sociedad,
cincelada a golpe de normas que disciplinan el cuerpo, de la interacción
con una red de comentarios aprobatorios y miradas juiciosas, respuestas
cariñosas y gestos amonestadores, expectativas a las que uno se acomoda
y modelos a los que se aspira. Un fenómeno que se nos revela
especialmente al hacer comparaciones. Por ejemplo, al observar los
diferentes modos de estar moldeados por las normas de género, que
solicitan que la masculinidad y feminidad se performen desplegando,
entre otras cosas, conductas corporales apropiadas a cada género.
Conductas que terminan por inscribirse en el cuerpo en forma de hábito, y
que, como se viene contando, moldean la propia experiencia somática y
afectiva. De la motricidad a la motilidad, de lo voluntario a lo
automático. Porque el género se hace y rehace en el quehacer diario.
En esta línea, sociólogas como Raewyn Connell —Gender and Power: Society, the Person and Sexual Politics— e Iris Marion Young —Throwing Like a Girl and other Essays in Feminist Philosophy and Social Theory—
han escrito sobre los diferentes modos en que los cuerpos son
socialmente invitados a ocupar el espacio en función del género al que
se adscriben y son adscritos. A un lado del ring la extensividad
corporal masculina, siempre abierta a conquistar el espacio, a tener una
presencia física significativa en el mundo, que denote seguridad y
poder. Al otro, por defecto, la concentración corporal femenina, de
presencia mermada, vacilante, subordinada. Hay actividades donde
ciertamente la feminidad parece tener el monopolio de la efusión, como
el baile. Hay marcos gestuales que la hacen más permisible, como la
sensualidad (¡sexy Sadie, you broke the rules!). Y por supuesto
hay muchos otros factores implicados en la modelación de los cuerpos
(geográficos, subculturales, personales). Pero cuidado, fémina, con
realizar movimientos demasiado amplios, grotescos, extravagantes, es
decir, que vagabundeen fuera de los límites del género. Porque la
sanción siempre está al acecho.
Un encogimiento femenino performado diariamente, que se evidencia en
los gestos más automáticos. Andar con pasos cortos, los brazos pegados y
la mirada gacha, contoneando el cuerpo sobre sí mismo (porque el cuerpo
propio es el único espacio al alcance de su dominio). Sentarse con las
piernas cruzadas y las manos sobre el regazo (conformando un pequeño y
dulce ovillo). Que al interactuar las muecas sean parcas, los gestos
contenidos y las risas moderadas (cuando el llanto femenino tiene
patente de corso). Esperar que las cosas sean acercadas y servidas (en
bandeja de plata), en lugar de estirar el brazo y agarrarlas (por los
cuernos). En definitiva, reducir el cuerpo y moverse con gracia,
palabra que alude tanto al ademán delicado y la presencia encantadora,
como al favor divino y una alegría de naturaleza moderada, revelando el
estrecho nudo gordiano que ata cierta estética del cuerpo —al que debe
aspirar la feminidad— con el mandato divino —léase patriarcal— y el
júbilo atenuado—dócil, sometido—. Sólo falta el tiro de gracia.
Una conclusión: Vistas las implicaciones del
movimiento sobre la emoción, esas normas sociales que vinculan la
feminidad con una corporalidad concentrada resultan uno de los modos en
que la violencia de género actúa de forma más escandalosamente
silenciosa. Porque no sólo simbolizan el poder social del macho,
reforzando las relaciones de dominación y subordinación, sino que lo
materializan en cuerpo y mente. Una verdadera conspiración del silencio
corporal —otra—, que se traduce en afonía emocional, en un
enmudecimiento del júbilo, al contrarrestar la experiencia somática y
afectiva que desencadena. Y que resulta especialmente retorcida por la
separación entre su causa y su efecto. Porque el efecto es visible,
sensible. Pero la causa se desdibuja en esa neblina de pequeños ademanes
disciplinarios que han condicionado el cuerpo en el pasado, hasta hacer
de su dócil movimiento algo en apariencia natural. Violencia sin golpes
ni insultos, sino ejercida por la propia víctima. El imperio
contraataca —que diría un amante de ciertas operetas espaciales—. El
imperio del machismo, del patriarcado, del padre oscuro, que sigue
colonizando cuerpos ajenos que quieren andar por los cielos, despegar,
pero se ven fijados al suelo.
Pero no perdamos la esperanza. Esto no va de derrotismo, sino de
conciencia. De conciencia uncida a la carne, como advertía al comienzo.
Porque las normas que regulan los cuerpos femeninos no están escritas en
piedra, sino precisamente en la carne que los conforma. En carne
sensible. En carne sensible al cambio, a nuevas formas de moverse en la
extravagancia. Y superar gozosamente esta dominación afectiva, esta
conspiración del silencio, a golpe de aspaviento.
No estamos acá para juzgar la medicina ayurvédica porque desconocemos su alcance y efectividad. Pero esta entrevista es interesante para ver como se ve la interrelación profunda de cuerpo y psiquis desde esta disciplina.
ENTREVISTA A UN MEDICO TIBETANO LAMA TULKU LOBSAN
--Cuando un paciente viene a su consulta, ¿cómo descubre cuál es su enfermedad?
--Mirando cómo se mueve, su postura, la forma de mirar. No hace falta que me hable ni me explique qué le pasa. Un doctor de medicina tibetana experimentado, solo con que el paciente se le acerque a unos 10 metros, puede saber qué dolencia sufre.
--Pero también escucha los pulsos.
--Así obtengo la información que necesito de la salud del enfermo. Con la lectura del ritmo de los pulsos se pueden diagnosticar un 95% de las enfermedades, incluso psicológicas. La información que dan es rigurosa como la de un ordenador. Pero leerlos requiere mucha experiencia.
--Y después, ¿cómo cura?
--Con las manos, la mirada, y preparados de plantas y minerales.
--Según la medicina tibetana, ¿cuál es el origen de las enfermedades?
--Nuestra ignorancia.
--Pues perdone la mía, pero, ¿qué entiende usted por ignorancia?
--No saber que no sabes. No ver con claridad. Cuando ves con claridad, no tienes que pensar. Cuando no ves claramente, pones en marcha el pensamiento. Y cuanto más pensamos, más ignorantes somos y más confusión creamos.
--¿Cómo puedo serlo menos?
--Le daré un método muy simple: practicando la compasión. Es la manera más fácil de reducir tus pensamientos. Y el amor. Si quieres a una persona de verdad, es decir, si no la quieres solo para ti, aumenta tu compasión.
--¿Qué problemas ve en Occidente?
--El miedo. El miedo es el asesino del corazón humano.
--¿Por qué?
--Porque con miedo es imposible ser feliz, y hacer felices a los otros.
--¿Cómo afrontar el miedo?
--Con aceptación. El miedo es resistencia a lo desconocido. --Y como médico, ¿en qué parte del cuerpo ve más problemas?
--En la columna, en la parte baja de la columna: os sentáis demasiado tiempo en la misma postura. Vitalmente, tenéis demasiada rigidez.
--Tenemos muchos problemas.
--Creemos que tenemos muchos problemas, pero en realidad nuestro problema es que no los tenemos.
--¿Qué quiere decir?
--Que nos hemos acostumbrado a un nivel de necesidades básicas cubiertas, de modo que cualquier pequeña contrariedad nos parece un problema. Entonces, activamos la mente y empezamos a darle vueltas y más vueltas sin solucionarlo.
--¿Alguna recomendación?
--Si el problema tiene solución, ya no es un problema. Si no, tampoco.
--¿Qué relación tiene usted con su mente?
--Soy una persona normal, o sea que a menudo pienso. Pero tengo entrenada la mente. Eso quiere decir que no sigo a mis pensamientos. Ellos vienen, pero no afectan ni a mi mente ni a mi corazón. --Usted se ríe a menudo.
--Cuando alguien ríe, nos abre su corazón. Si no abres tu corazón, es imposible tener sentido del humor. Cuando reímos, todo es claro. Es el lenguaje más poderoso: nos conecta a unos con otros directamente.
--¿Qué le gustaría ser de mayor?
--Me gustaría estar preparado para la muerte.
--¿Y nada más?
--El resto no importa. La muerte es lo más importante de la vida. Creo que ya estoy preparado. Pero antes de la muerte, debemos ocuparnos de la vida. Cada momento es único. Si damos sentido a nuestra vida, llegaremos a la muerte con paz interior.
--Aquí vivimos de espaldas a la muerte.
--Mantenéis la muerte en secreto. Hasta que llegará un día de vuestra vida en que ya no será un secreto: no os podréis esconder.
............................................................................................................................................................... Curso on line de Inteligencia Emocional con aplicación práctica en Salud http://www.inteligencia-emocional.org/curso/index.htm
- La reacción que se encuentra por debajo de la preocupación es la vigilancia con respecto a un peligro potencial.
- La preocupación es un ensayo de lo que podría salir mal y cómo enfrentarse a ello
SOBRE LA PREOCUPACIÓN CRÓNICA Y REPETITIVA:
- La dificultad es que nunca llevan a una solución positiva.
- Las preocupaciones crónicas son un asalto emocional de tono menor: surgen de la nada, son incontrolables, generan un murmullo de ansiedad, son impermeables a la razón y bloquean a la persona en un único e inflexible punto de vista acerca del tema que le preocupa.
- Cuando este mismo ciclo de preocupación se intensifica y persiste, se hace más confusa la línea que lo separa de los auténticos asaltos nerviosos, los trastornos de la ansiedad: fobias, obsesiones y compulsiones, ataques de pánico.
- En todos estos estados, el común denominador es la preocupación que causa estragos.
- La mayor parte de las personas que se preocupan constantemente pueden no dar la impresión de que lo hacen.
- Las soluciones nuevas y las formas renovadas de considerar un problema, no surgen típicamente de la preocupación, menos aún de la preocupación crónica.
- En lugar de encontrar soluciones a estos problemas potenciales, las personas que se preocupan en exceso simplemente reflexionan sobre el peligro mismo, sumergiéndose de una forma discreta en el temor asociado con este mientras permanecen en la misma rutina de pensamiento.
- Las personas que se preocupan en exceso y de una manera crónica lo hacen con respecto a una amplia gama de asuntos, la mayoría de los cuales casi no tienen posibilidades de ocurrir.